La quebrada crecida y un palo que sirve de puente. Más arriba hay un enorme pozo de agua de donde nos lanzamos cuando se ha ido el torbellino. Recientemente lo hemos limpiado, y se ve realmente bien, es nuestra piscina particular. Esta quebrada nos provee de todo. En las tardes salimos a pescar, cazamos lagartijas entre el pastizal. Somos expertos cazadores, ninguna se escapa, con un golpe de la hoja del machete caen privadas. Siempre hay sol radiante en el cielo. Por eso antes de la caza vamos a coger guayabas, son muy dulces y blancas por dentro. El palo es bastante fácil de trepar, sus ramas lisas y elásticas nos permiten recorrer todo el árbol. Y desde arriba se ve el enorme potrero, salvo por el gigantesco palo de mango a orillas del camino.
Esta quebrada nos provee de todo. Es divertido pescar, sentir el hilo que ha empezado a moverse y ahora se dirige hacia las raíces de los árboles. La gran oportunidad que he estado esperando, este es mi momento de suerte, de habilidad. Empiezo a levantar la vara para tentar al pez, ¿será un moncholo, una mojarra, un liso, quizá un cangrejo, o una tortuga tacán? Sobre mi cabeza no hay ramas y ya he calculado la trayectoria, entonces con un jalón decidido lo saco más allá de la orilla, patalea, quiere regresar al agua. Pero se lo impido arrastrándolo más adentro en la tierra. Se ha tragado el anzuelo, es un moncholo grande y su mordida es muy fuerte y afilada, no deja de moverse, podría permanecer en la superficie más de diez minutos con vida. Debo quitarle el anzuelo, ahora es mi presa, nunca se está a salvo de sus dientes, puede arrancar el pedazo, y su piel es tan lisa que es necesario envolverlo entre la hierba para mantenerlo sujeto.
Esta quebrada nos da de todo. Me gusta caminar aguas abajo y descubrir sus lugares, siempre quise conocer su desembocadura, pero nunca estuve allí, hice tantas preguntas al respecto que puedo reconstruir el cuadro, viajar hasta él y situar allí un recuerdo. Es una enorme represa donde el viento se mueve sobre la superficie del agua y agita los juncales que crecen alrededor. Nadie se baña allí, más que en algunas orillas. Muchos dicen que entre los juncales, hay caimanes. Erradicarlos es una tarea ardua que nadie quiere emprender. Esa represa les pertenece, sin embargo, está dado para los hombres el verla y admirarla. Allí estoy yo, sintiendo la potencia del viento en la cara, observando las ondulaciones que se multiplican incesantes y jamás terminarán, quedo abstraido y el sol ya está cayendo, o quizá son las 11 de la mañana. Me gustan ambas horas. Solo quiero contemplar esto. Quisiera ir hasta la orilla y mojarme las manos y el rostro, mas es imposible, tendría que adentrarme en los juncales y dejarme tragar por ellos. Quiero recordar este lugar, quizá fui hasta allí en bicicleta, o caminando por la carretera destapada y polvorienta. Pero es solo un recuerdo.
Siempre quise tener mi propia embarcación, Incluso llegamos a construir algunas, pero éramos solo unos chicos inexpertos y la madera empezaba a hundirse en el agua, y no podías relajarte sobre tu barco, entonces prefería un enorme tronco traído por alguna borrasca y lo cabalgaba y lo amarraba en la orilla como mi caballo.
Estaba en casa. Caminaba descalzo, sintiendo el calor de las piedras. Me subía hasta la última rama del enorme palo de mango de zapote a coger los primeros maduros. Me bañaba en la quebrada con los patos, le daba de comer a las gallinas todos los días, encerraba a los marranos todas las tardes, pilaba el arroz, iba por agua al pozo, cogía el matarratón para el humo que ahuyentaba los mosquitos, cuidaba el cultivo de maíz y el de arroz y el de ajonjolí, iba por las patillas con un costal, vendía panelitas en la vereda, incluso alguna vez llegamos hasta Santa Fe, donde quedaba el río.